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Niñez migrante: infancias en pausa y derechos en riesgo

En la narrativa migratoria, las infancias suelen quedar invisibilizadas. Se habla de flujos, rutas y crisis humanitaria, pero rara vez se pone el foco en las niñas y niños que caminan, esperan, lloran o callan en medio de un sistema que no los ve como prioridad.

La niñez migrante no está en movimiento por elección: está en pausa emocional, educativa, sanitaria y muchas veces existencial.

¿Qué implica migrar siendo niño o niña?

Migrar siendo niño es una experiencia profundamente disruptiva. Implica dejar atrás un hogar, vínculos, rutinas, idioma y, en muchos casos, la seguridad física y emocional. A esto se suma el tránsito por caminos marcados por la incertidumbre, la violencia y la espera.

Los niños migrantes enfrentan condiciones que vulneran múltiples derechos al mismo tiempo:

  • Derecho a la educación
  • Derecho a la salud
  • Derecho al juego
  • Derecho a la identidad
  • Derecho a la protección

Problemas que enfrenta la niñez migrante

Violencia y discriminación

Muchas niñas y niños migrantes han sido testigos o víctimas de violencia en su país de origen. En lugar de encontrar protección en el país receptor, enfrentan:

  • Discriminación
  • Abandono institucional
  • Criminalización

En México, miles de niños migrantes cruzan cada año, solos o acompañados, sin que el sistema esté preparado para garantizarles una infancia segura y digna.

Lenguaje que deshumaniza

Una de las formas más crueles de violencia simbólica hacia la niñez migrante es tratarlos como “otros” o “ilegales”. Este lenguaje:

  • Deshumaniza
  • Autoriza el desprecio y la indiferencia
  • Refuerza discursos de odio

Las niñas y niños migrantes no son culpables de su situación. No son “delincuentes” ni “problemas”. Son niñas y niños que merecen vivir su infancia con dignidad, afecto y oportunidades.

¿Qué significa vivir una infancia en tránsito?

Vivir una infancia en tránsito significa:

  • No saber si irás a la escuela.
  • Dormir en un albergue, en una estación migratoria o en la calle.
  • No tener acceso a vacunas, atención médica o apoyo psicológico.
  • No saber cuándo volverás a jugar ni con quién.
  • No saber si alguien te espera del otro lado.

La infancia no espera a que los sistemas se organicen. Los días que pasan son años de desarrollo que no regresan. La niñez migrante tiene derecho a vivir su infancia, no solo a sobrevivirla.

¿Qué se puede hacer para proteger a la niñez migrante?

Acciones desde la política pública

Desde una perspectiva de derechos humanos y neurodesarrollo, es urgente:

  • Reformular la política migratoria con enfoque de infancia.
  • Garantizar acceso real a salud, educación y protección emocional.
  • Formar a personal de primera línea (migración, salud, educación, albergues) en acompañamiento con perspectiva de infancia y trauma.
  • Fortalecer redes comunitarias para ofrecer entornos de contención y cuidado.
  • Crear rutas educativas flexibles, adaptadas a la movilidad y contextos multiculturales.

Acciones desde casa y la escuela

También desde lo cotidiano podemos contribuir a proteger a la niñez migrante:

  • Hablar con hijas e hijos sobre migración desde un enfoque humano.
  • Cuestionar prejuicios que criminalizan a las personas migrantes.
  • Sensibilizar sobre empatía, hospitalidad y diversidad cultural.
  • Promover en el aula actividades que integren la experiencia migrante como parte de la realidad social.
  • Usar cuentos, películas y conversaciones cotidianas para enseñar que migrar no anula la dignidad ni los derechos de nadie.

Indiferencia también es violencia

Cuando elegimos no mirar estas realidades, cuando asumimos que “no es nuestro problema”, también participamos. La indiferencia social permite que las políticas migratorias no cambien, que los presupuestos no lleguen y que los discursos de odio crezcan.

Lo que no nos duele, no nos mueve. Y lo que no nos mueve, no se transforma.

Todos podemos incidir desde nuestros espacios: educando, acompañando, visibilizando, organizándonos. La justicia no empieza en las leyes: empieza en cómo tratamos a los demás. Especialmente a quienes más nos necesitan.

Los derechos humanos no dependen de la nacionalidad: son universales.

A las autoridades les toca dejar de ver a la niñez migrante como una “complicación administrativa” y empezar a verla como personas en desarrollo. Y a la sociedad, nos toca dejar de verlos como ajenos para reconocerlos como lo que son: niñas y niños con derecho a una infancia, aquí y ahora.

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